La caída de la flor del cerezo

Me inclino sobre la anthurium y juego a que mis manos recojan con delicia las hojas secas, una a una. Un ritual estival, el blanco salón se ha llenado de plantas que esperan armoniosamente mis cuidados.
Mis manos, insospechadamente sabias están oscurecidas de substrato. Son un cuenco que se llena de tierra, conscientes de la grave liviandad que supone esa materia, vida concentrada en el puño pequeño.
Las garzas de mis manos van quietamente recorriendo. Enderezan una guía para la monstera. Fertilizan las futuras flores. Van eliminando sin tijeras, tan solo con un chasquear del pico, las hojas que son un peso que dejar atrás. Tengo cien años.
Suena el CD que me trajo Lu Wei cuando vino a vernos. Hay sonidos de viento madera que no reconozco, y cuerdas que son pulsadas y me hablan en otro idioma. Tanta quietud.
Desentierro con los dedos los bulbos dormidos de verano, y la música tal vez me trae a la memoria algo que me dijeron, hace algún tiempo, unos ojos azules. Cómo se imbrican a veces el dolor y la maravilla, y cómo yo le iba a recordar a la caída de la flor del cerezo en Japón. Todos salen a verla, porque al fin y al cabo, es una bella alegoría de la muerte.
Salgo de mí misma y descubro a M. en el quicio de la puerta, mirándome. Largamente.
- Léeme- le pido
- ¿El qué?
- Poesía- le respondo como si fuera obvio
Vuelve con los dedos buceando ya entre las páginas Neruda, se sienta y cruza las piernas largas. Su voz es más poesía y no lo sabe.
“…madera salpicada, amo tus manos heridas por el mar, tu cabellera inmóvil sobre tus ojos que escrutan el horizonte redondo, los límites, la primavera marina. Aquí se detuvo tu reino: tu última nave es mi pequeña vida.”

Me despierta la luna llena en la asfixiante madrugada de Madrid. El calor se enreda desnudo por mi cuerpo. He soñado barcos que abandoné, la inmersión, plena de alegría, en el Egeo transparente, y antiguos amantes que dejé atrás. Abro los ojos y las puntas de mis dedos recorren la silueta del amor que duerme al lado y que no voy a dejar. Se despereza, gruñe. Cojo su mano y la paso por mi hombro, por mi cintura, sube mi cadera, la dejo entre los muslos…
Ven, léeme, susurro…
Tengo quince años de insomnio en la piel.

Comentarios

ybris ha dicho que…
Una preciosidad de entrada, amiga.
Hay un transición del ensueño poético a la realidad soñada que se filtra por todas tus palabras.
De la bella alegoría de la muerte que significa la caída de la flor del cerezo al acumulado insomnio de la piel hay un trecho que sólo la poesía y una mano bien guiada pueden cubrir.
No tengo palabras para expresarte lo mucho que me han gustados tus palabras hoy.
Siempre merece la pena esperarte porque al final la espera desemboca en una sublime realidad.

Gracias.

Besos.

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