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Mostrando entradas de noviembre, 2006

De latidos, sonrisas y otros insectos.

Hoy me he levantado con una sensación extraña (pero no ajena) galopándome las venas. Subiendo, bajando, alborotándome. Así, sin permisos ni previo aviso. Y no, no es la cafeina. Sonrío sin motivo mientras paso las facturas. Canturreo sin darme cuenta. Cuando el jefe viene con su imperterrita seriedad a pasarme pedidos, pongo cara de poker para que no se me note. Hay determinada impudicia en esta alegría misteriosa que me está arrasando hoy. Y no sé a que es debido. Me recuerda a una sensación no muy lejana, pero no veo que puede ser lo que la motive. En realidad, todos estos signos malignos apuntan a esa enfermedad común llamada enamoramiento, pero me temo que ese diagnóstico no coincide. Esta vez los químicos de mi cerebro se han patinado y se han puesto a producir mariposillas sin nada especial que lo motive. Pero e voila, aqui estoy canturreando y sonriendo mientras escribo, como si tuviera un secreto muy importante brillando en un bolsillo. Además, ultimamente tengo sueños precios

persistencias

Cuando era una niña, vino una vez el diablo a comprarme el alma. Me ofreció dulces, me habló suavemente, sonrió mucho. Y yo le dije, largo, largo, no me vas a engañar. Él se sentó en el columpio, sacó una manzana rojísima de su manga, y mientras la mordía me dijo, así me gusta, niña, a ver si no se te olvida... aunque me apuesto las manos y el rabo a que se te olvida con el tiempo. Yo me crucé de brazos, desafiante pero intrigada desde mi metro de altura, y él siguió hablando para sí. El problema es intrusismo profesional, pequeña, los jodidos hombres grises están por todas partes, se multiplican como las cucarachas, y me estropean el negocio. Además, son unos rácanos, no tienen ni una pizca de honestidad. Su truco consiste en no ofrecer demasiado, apenas lo mínimo, para que no se desconfíe. Eso me ha pasado muchas veces, por generoso. Ofrezco demasiado, y os empezais a preguntar si no será más valioso lo que teneís. Así de idiotas sois, terminais dándoselo a quien paga menos. Apenas

El Demonio Bicéfalo I

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Le despertaron las campanas de la cercana iglesia de San Felice, llamando a la misa del domingo. Junto con el sonido, entraba el aire del amanecer, llevándose los restos asfixiantes de la noche de Agosto. A través de los altos ventanales, se veían a trozos los tejados de la ciudad. Tejas rojas que brillaban un instante al compas del movimiento blanco de la cortina, como los muslos bajo una falda colegiala. El fabricante de máscaras se levantó de la cama, desnudo, y se acodó en el alto poyete de las arquerias. Ante su vista se deplegaban las retorcidas calles de Venecia, con las cúpulas y los campanile vistiendose de amanecer. La ciudad vibraba, despertándose. Aquel era el día, sus músculos se tensaban en una alerta leve ante el simple pensamiento. Y sin embargo, nada era distinto, nada se alejaba de la cotidiana placided. Las palomas se congregaban codiciosas alrededor de la basura de su calle. Las campanas seguían sonando. No se veía una nube en el brillante cielo azul. Nada de aquell

Libro de Instrucciones

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Voy a escribirme un libro de instrucciones. Porque soy una desmemoriada, y luego me cuesta encontrar el lugar de las piezas que me sobran. Así sabré como recomponerme cuando vuelva a funcionar mal. Y por si acaso, voy a mandarle una copia.

Personare

Ser persona, dicen. Es lo único que importa. Bueno. La palabra "persona" viene del griego "personare". Significa resonar, en alusión a las máscaras que usaban los actores de teatro, porque tenían a la altura de la boca un orificio que hacía resonar la voz. Así que en un principio se usaba para referirse a la máscara,al actor o al que actuaba, al personaje o el que fingía su historia. Y de ahí derivamos hasta nuestra actual persona. Ergo, actualmente, la gran mayoría cumplimos la premisa. Somos personas. Personalmente, prefiero las máscaras que puedo quitar tan solo con unas manos curiosas. ¿Y ustedes?

sopla mistral

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El sol se empapa de los acantilados. Juega a disfrazar la costa de amanecer, finjiendo su rival para darme la falsa expectación de un desembarco en vez de una partida. No queda nada por hacer. Acodada en la barandilla de popa no queda espacio para imaginar algo distinto a este alejamiento irremisible. No es el puerto el que se aleja, soy yo. Navegar es sentir una métafora líquida de la vida bajo las bodegas. A mi percepción parece que voy despacio, que la tierra se aleja o se acerca con una cadencia lenta, rítmica, casi respiración. Pero no es cierto. Los 3000 caballos del motor arrasan velocísimamente. Antes casi de darme cuenta habremos llegado. Lo mismo me pasa con los años, me siento un instante y el tiempo no tiene textura, tan solo una esencia elática. Y sin embargo pasa arrollando sin permisos como una bandada de caballos salvajes. Tentada de recordar un futuro que me espera, me escapo por una vertiente cercana. Imagino o vivo un futuro inmediato. Por supuesto no lo adivino. No