Carta encontrada

“¿Sabes porqué te llamas Helena? Sí, claro que sabes que es por la Helena de Troya, pero tú, con tu curiosidad nula nunca lo has preguntado. Te es mucho más fácil decir, pero que clase de madre, que clase de ejemplo, vaya un personaje, Helena de Troya, muy bella, pero poco más, una casquivana cabeza vacía. Que brutalidad entender así de poco como funciona la cabeza materna. Te puse el nombre de Helena porque es un nombre hermoso, para mí uno de los que más. Pero no porque su dueña fuera la bellísima hija de un dios, o porque su rostro semejase al de las diosas del Olimpo. Fíjate bien, creo que es un nombre hermoso y valiente porque su dueña fue desprestigiada y depreciada por los suyos y por los extranjeros, porque ha sido el paradigma de la mezquindad y el egoísmo. Porque le cargaron con las culpas de una guerra larguísima y sangrienta. Y aún así, pese a todo, Helena siguió siendo libre. En un mundo donde los dioses decidían todos los destinos, Helena llevó las riendas de su propia existencia. En una sociedad donde los hombres decidían qué hacer con sus hijas y esposas como con el resto de las pertenencias, Helena siguió sus propios dictados y sus deseos. Aunque nadie la defendió nunca, aunque su comportamiento le hizo tener a todos por enemigos, siempre tomó sus decisiones. Por eso te llamé Helena, para que fueses libre, por encima incluso de lo que es conveniente para el resto. Y sin embargo tú ahora vienes a encadenarme con grilletes de pastillas y de médicos, y con prescripciones y órdenes. Y simplemente no puedo, cariño, hacerte caso, y claudicar, porque eso es lo único que he tenido siempre, eso lo único que he deseado y por lo que he luchado. Mi capacidad de decidir. Déjame mantenerlo al final de mi vida, es una gloriosa guinda para un pastel que he amasado toda mi vida. Simplemente entiéndeme. Una cosa es tener años, y otra olvidar quien es uno mismo.”