vibración

Me crié en un lugar donde era imposible encontrar el horizonte: el sol se colaba de repente tras los edificios como si llevase un maletín de prisas, y el cielo era una pieza de puzzle que sobraba de los recortes cuadrados de los altos pisos. A veces los aviones dejaban blancas estelas, o la luna aparecía como una vecina en picardías. Pero era demasiado incómodo levantar del todo la cabeza para mirarla, luego dolía el cuello. Que las estrellas existían, lo descubrí más tarde y muy lejos.

Sin embargo, ahora, toda la luz de la mañana se desparrama por la cama blanca. Le ilumina difusamente, casi sin crear sombras. Hay un contorno preciso de piel donde acaba su cuerpo. Es un boceto de una única linea intensa, una curva que nace del cuello, se revela en el hombro y se desliza, un rio perezoso por el costado joven.
Aquí también es difícil conocer el horizonte. La mañana se despereza plena en su domingo, y trae, hasta la ventana abierta del ático, sonidos de pájaros y de coches lentos.
Despierto despacio, escuchando su respiración. Él duerme de lado, con las rodillas flexionada. Un brazo estirado por debajo de la almohada y de la cabeza, como un hombre satisfecho. El otro brazo doblado contra el pecho, con la mano hacia dentro, un niño acurrucado. La sábana apenas cubre la cadera desnuda y mi mano pasa como al descuido, siguiendo las líneas de la piel con un dedo. Le acaricio ya sin avaricia, pero es inevitable que, si me recreo, aparezca el deseo. La pasión ya no es de color negro, y hay veces que solo nos juntamos para sentirnos cerca y apretarnos. Esas veces es algo sencillamente hermoso, tan lejos de explosiones y de busquedas, sin hambre y sin ceguera. Encontrarse sin buscar, en el simple conocimiento de la piel propia y de la ajena, del placer que se regala y se recibe, de una comunicación invisible. Poder de aquello que existe por derecho propio. Y sin cargas.

Le observo mientras duerme, enciendo un cigarrillo, sigo mirándole. Hay algo de misterio en esta imagen, algo sutilmente inasequible, arena que se escurre entre los dedos. No sé que es eso que no logro capturar del todo, en este instante que se hace eterno. Porque algo me aletea en el pecho, entre la fragilidad y la alegría. El doble filo de lo efímero.
Lo observo parte a parte, y al fin me quedo quieta en un único punto.
Y entiendo.
En su cuello late, apenas perceptible, el pulso cálido y constante. Ese movimiento es de golpe, y sin avisos, lo más hermoso que conozco.

Comentarios

ybris ha dicho que…
Preciosa vibración en la que se derrama una belleza que no hay que buscar arriba.
Eso tienen los cuerpos contemplados en el sueño y el silencio, con esa entrega total e involuntaria de quien nada tiene que ocultar porque ya ha entregado todo.
Lejos, sin duda, del hambre y la ceguera y con el encuentro sencillo de lo que no se ha buscado.

Precioso escrito.

Muchos besos.
Edu Solano Lumbreras ha dicho que…
Y tu has hallado la forma más preci(o)sa de contarlo.

No sé si tengo el corazón para este baile. ¿Sabes? Personas capaces de emocionarme cómo tú lo haces prefiero creer que sólo existen en mi imaginación, que son mis amigos invisibles.

Porque luego protesta la piel porque no encuentra su eco necesario. Y me destroza.

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