El mundo es fuego (II)

Nora es una superviviente. No recuerda cuantos días lleva puesta la chamarra verde, ni carajo le importa. Nora piensa que el mundo es vacilón, pero también hermoso. A veces te clavá por la espalda, otras te ofrece la mano, no hay que darle bola, dice, sácale todas las manos que podás, y reite cuando te la esté jugando. Así no más te quedás tranquilo.
Nora se mueve y mira como un felino, pero cuando ríe, lo hace con toda la boca. Y lo hace bastante a menudo. Sabe que tiene unas lindas caderas.
A Nora no le gustan los que se creen con poder, ni el olor a viejo, ni el sabor a sangre ni las iglesias. Cree que el dulce de leche es un paraíso por sí mismo, y cultiva adicciones sin excesiva meticulosidad. Cuando tenía 17, los pibes de la cuadra la llamaban La doce, como rememoración de su hazaña. Doce fueron los caballitos de tequila que le cupieron entre pecho y espalda, mano a mano contra el hijo del chatarrero. El mundo es fuego, recuerda que decía la viejita de su madre. Nora a veces sueña con volcanes arrasadores, sueña con incendios forestales, el mundo se le vuelve un puro rojo y negro, y ve su carne consumirse y chilla, pero solo salen bocanadas de fuego de su boca.
Por eso Nora teme que el petardo le queme la cama, pero le da igual que haya galletas y papeles debajo o encima de la cobija que le dejó el Pelos para dormir, igual que la habitación. Sigue añorando el mate, pero se le fue casi el acento.
Llegado el caso, Nora sería tan capaz de jalar el cuerpo para evitar un navajazo, como de amamantar a un cachorro con una jeringuilla de plástico, mientras canta suavecito y cálido. Nora escapó de un territorio de fantasmas, donde tortura no era una palabra, sino una profesión, y su nombre se le quedó colgado en las listas oscuras que vaticinan pesadillas. Le debe al padre sifilítico que la abandonó a ella y a su madre, haber sobrevivido a algunos compañeros. Aún no ha decidido si fue un favor u otra venganza. Él era de ellos. Pero ya lo pensará mañana.
Nora no recuerda cuantos días lleva puesta la chamarra verde, ni carajo le importa la tarde que por fin se sienta al lado de Lucía. La sonríe, y tranquilamente, mientras se saca una brizna de tabaco de la lengua le dice ¿Sabés? No sé que me pasa con vos...