La intimidad del Veneno
Virginia Rosencraf no se planteaba cuestiones de salud.Cada mañana abría los ojos y se instalaba en el presente. Como un gato lamiendose una pata. Como un miope deslumbrado. Sin plantearse.
Pasaba por las horas de puntillas. Sintiendo.
Le gustaba el tacto de la baranda dal autobús, le gustaba el olor caliente de la lavandería, le extasiaban las cosquillas del chocolate al derretirse en su lengua. La vida era tiempo que se grababa en sus sentidos, tan solo eso, algo ajeno que existia.
Cuando caía la noche le asombraba la luna, miraba las nubes, tan lejos como todo lo que la rodeaba, igual de extrañamente hermoso.
Se sentaba en el bar, y se diluía en el sonido cadencioso de las conversaciones alrededor. El borde de su vaso la fascinaba con los reflejos de la luz. No podian acariciarse con los dedos. Sonreia.Cuando volvía a levantar la cabeza, se daba cuenta que había gente sentada con ella. Entonces les escuchaba, les veía reir, beber cerveza. Le eran familiares, tan vez llevase siglos sentandose allí, escuchandoles, observándoles.
Y olvidando a cada instante lo que habia visto, cautivada incesantemente por brillos sucesivos, ojos, palabras, gestos.

El Veneno se sentaba cerca de ella, arrimaba su silla y le decía cosas al oido.
El Veneno era rubio y sabía tres idiomas. Por supuesto no era malo. Sencillamente tenía vocación de sal sobre herida. Después Virginia se tumbaba boca abajo en su cama, dejándose vencer por la suavidad del edredón y del sueño que se le pegaba a los ojos.
Una mano sobre la espalda la despertó aquella noche, ante sus ojos brillaban los rizos rubios del Veneno junto a su cama.
Es raro, pensó. Pero era agradable la calidez de la mano recorriendo la piel.Le gustaba la sensación de los labios sobre el cuello, era curioso el sonido que producÍa el roce de los pantalones vaqueros. Le sorprendía el sabor de la lengua que aparecía por su boca y luego desaparecía. Le gustaba el Veneno.
Fuera ladró un perro, aulló largamente. Hubo un momento que Virginia deseó agua, de pronto volvió la vista y se sintió aplastada, quiso quitarlo de encima, pesaba demasiado, la apretaba.
Ya no le gustaba el sonido que hacia, ni su rostro convulsionado. Quiso que se fuera, pero él siguió encima mucho rato, quitándola el aire. Fuera se había levantado viento, quería acercarse a la ventana y notar el frío en los brazos desnudos, pero no pudo apartarle.
Luego sí, se acercó a la ventana, le entró sueño, soñó con flores.
Por las noches volvian los rizos rubios, pero Virginia no sabía porqué.
Le gustaba su mano en la espalda, le gustaba el sonido de su voz profunda diciendo palabras. Recorría con la punta de los dedos las cejas como cordilleras, la nariz recta, y se echaba a reir cuando la miraba demasiado rato, porque le resultaba cómica.
Pero siempre había un momento en que él cambiaba los juegos, y ya no le gustaban. La aplastaba, y Virginia quería escurrirse de allí, ser agua por ejemplo; pero no podía, y él la apretaba y la embestía, y parecía otro, y desprendía un olor ácido.Durante muchas noches.
Llegó un momento en que Virginia Rosencraf sufrió un desplazamiento de su presente habitual. Y empezó a pensar levemente en el futuro. Concretamente en el futuro aborrecible que llegaba después de la mano en su espalda. Eso si importaba.Contempló durante mucho rato el líquido en su botellita de cristal, minutos o tal vez años. No olía a nada. Probablemente no sabría a nada. Parecía inofensivo, culaquier cosa. Pero brillaban sus gotas al deslizarse en el vaso del Veneno. Aquella noche la mano se fue enfriando en su espalda, paulatínamente rígida, y no sonaron palabras. La pared tenía nueve grietas, y en alguna parte sonaba música de pelicula.
Al día siguiente, Virginia Rosencraf abrió los ojos y se instaló en el presente, como un gato deslumbrado. Le gustaban los rayos de sol de la mañana acariciando sus pies descalzos, recien bajados de la cama.Los dedos parecían indefensos tan desnudos, pero felices de sentir el tacto de la alfombra. Virgina Rosencraf sonrió, sin plantearse.
Imagen de Egon Schiele
Pasaba por las horas de puntillas. Sintiendo.
Le gustaba el tacto de la baranda dal autobús, le gustaba el olor caliente de la lavandería, le extasiaban las cosquillas del chocolate al derretirse en su lengua. La vida era tiempo que se grababa en sus sentidos, tan solo eso, algo ajeno que existia.
Cuando caía la noche le asombraba la luna, miraba las nubes, tan lejos como todo lo que la rodeaba, igual de extrañamente hermoso.
Se sentaba en el bar, y se diluía en el sonido cadencioso de las conversaciones alrededor. El borde de su vaso la fascinaba con los reflejos de la luz. No podian acariciarse con los dedos. Sonreia.Cuando volvía a levantar la cabeza, se daba cuenta que había gente sentada con ella. Entonces les escuchaba, les veía reir, beber cerveza. Le eran familiares, tan vez llevase siglos sentandose allí, escuchandoles, observándoles.
Y olvidando a cada instante lo que habia visto, cautivada incesantemente por brillos sucesivos, ojos, palabras, gestos.

El Veneno se sentaba cerca de ella, arrimaba su silla y le decía cosas al oido.
El Veneno era rubio y sabía tres idiomas. Por supuesto no era malo. Sencillamente tenía vocación de sal sobre herida. Después Virginia se tumbaba boca abajo en su cama, dejándose vencer por la suavidad del edredón y del sueño que se le pegaba a los ojos.
Una mano sobre la espalda la despertó aquella noche, ante sus ojos brillaban los rizos rubios del Veneno junto a su cama.
Es raro, pensó. Pero era agradable la calidez de la mano recorriendo la piel.Le gustaba la sensación de los labios sobre el cuello, era curioso el sonido que producÍa el roce de los pantalones vaqueros. Le sorprendía el sabor de la lengua que aparecía por su boca y luego desaparecía. Le gustaba el Veneno.
Fuera ladró un perro, aulló largamente. Hubo un momento que Virginia deseó agua, de pronto volvió la vista y se sintió aplastada, quiso quitarlo de encima, pesaba demasiado, la apretaba.
Ya no le gustaba el sonido que hacia, ni su rostro convulsionado. Quiso que se fuera, pero él siguió encima mucho rato, quitándola el aire. Fuera se había levantado viento, quería acercarse a la ventana y notar el frío en los brazos desnudos, pero no pudo apartarle.
Luego sí, se acercó a la ventana, le entró sueño, soñó con flores.
Por las noches volvian los rizos rubios, pero Virginia no sabía porqué.
Le gustaba su mano en la espalda, le gustaba el sonido de su voz profunda diciendo palabras. Recorría con la punta de los dedos las cejas como cordilleras, la nariz recta, y se echaba a reir cuando la miraba demasiado rato, porque le resultaba cómica.
Pero siempre había un momento en que él cambiaba los juegos, y ya no le gustaban. La aplastaba, y Virginia quería escurrirse de allí, ser agua por ejemplo; pero no podía, y él la apretaba y la embestía, y parecía otro, y desprendía un olor ácido.Durante muchas noches.
Llegó un momento en que Virginia Rosencraf sufrió un desplazamiento de su presente habitual. Y empezó a pensar levemente en el futuro. Concretamente en el futuro aborrecible que llegaba después de la mano en su espalda. Eso si importaba.Contempló durante mucho rato el líquido en su botellita de cristal, minutos o tal vez años. No olía a nada. Probablemente no sabría a nada. Parecía inofensivo, culaquier cosa. Pero brillaban sus gotas al deslizarse en el vaso del Veneno. Aquella noche la mano se fue enfriando en su espalda, paulatínamente rígida, y no sonaron palabras. La pared tenía nueve grietas, y en alguna parte sonaba música de pelicula.
Al día siguiente, Virginia Rosencraf abrió los ojos y se instaló en el presente, como un gato deslumbrado. Le gustaban los rayos de sol de la mañana acariciando sus pies descalzos, recien bajados de la cama.Los dedos parecían indefensos tan desnudos, pero felices de sentir el tacto de la alfombra. Virgina Rosencraf sonrió, sin plantearse.
Imagen de Egon Schiele
Comentarios
Si alguno de las ramas del cuento te ha recordado a una decisión correcta, entonces me alegro mucho de que tomases esa decisión...
excepto si la decisión incluía envenenar al problema!
abrazo
Pero-estaba-muy-confundida-en-su-delirio.
No-contaba-con-que-a-la-vuelta-de-la-esquina,la-esperara-su-propia-alma.
Nadie-perdió,ni-ganó,claro.
¡Qué tendrán los venenos para que no podamos vivir sin ellos!
besos
Un besito!
Muchos besos!!! Muy lindo, de verdad...
Con-la-lengua,por-supuesto;y,por-lo-tanto,calladito.
¡Ah!,y-calvo.
Pero, claro, soy yo siempre el problema.
Y soy muy cobrade como para suicidarme.
Y el Veneno..., pues siempre hay un antídoto para él, o debería.
Volveré por aquí para leer tus dos anteriores post. Me dejaste buen sabor de boca, no a veneno, precisamente :)
Relato fascinante, en el que las palabras son figuras perdidas o encontradas en esa “caja de Pandora” que es, nuestra locura vital, gracias a ello los pies desnudos seguirán caminando en busca de la luz.
La vida es riesgo y aventura por esto y más es tan asquerosamente maravillosa.
Saludos y enhorabuena.
esparce-en-el-aire,
monstruo-asesino,¡es-mi-cerebro,
mi-sangre-y-mi-cuerpo!"
CHARLES-BAUDELAIRE
Besos canallas.
Es interesante esta Virginia, capaz de ver y darse cuenta de pequeños detalles que nos pasan desapercibidos en nuestra vida trepidantemente veloz.
Saludos
Repito mi admiración por tu Blog. Necesitamos páginas así, dulces, valientes, tiernas, audaces. Son como vocanadas de aire fresco. Necesaris.
Un fortísimo abrazo