Chardonnay para viejos amantes (I)

La carta era pomposa, seguramente falsa, y decía “Antes que el amanecer se lleve esta hoguera, antes de que la luz del día borre sin miramientos esta marea de recuerdos, por una vez amables, tengo que escribirte una última carta. Es la confesión impía, que tal y como auguraste, hace ya tanto, que iba a escribirte. La misma que me prometí resistir y que no he conseguido. Algún día, amigo, has de contarme los secretos de ese burlón pacto que no sé si has hecho con el tiempo o con su parásito el diablo, para mantenerte intacto e igual de sabio. Cuentámelo, y así tendré por fin una excusa, y al menos alguna explicación más allá de mi propia insensatez, cuando es evidente que el tiempo ha terminado dándote la razón en todas esas ecuaciones privadas que no pudimos resolver entre nosotros. ¿Cómo te sientes, al saberte ganador de tantas apuestas?...” Suficiente. Ya había leído suficiente. Posiblemente fuera el sarcasmo de llamarle "ganador". Ese puñetazo en el estómago fue más que su...